"Usted perdone”, le dijo apurado un pez al otro, “Es usted más viejo y con más experiencia que yo y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado".
“El Océano, respondió el viejo pez, es donde estas ahora mismo”
“¿Esto? Pero si esto no es más que agua y sal… Lo que yo busco es el Océano". Replicó el joven pez, totalmente decepcionado, mientras que nadando se marchaba ansioso a buscar en otra parte.
“El Océano, respondió el viejo pez, es donde estas ahora mismo”
“¿Esto? Pero si esto no es más que agua y sal… Lo que yo busco es el Océano". Replicó el joven pez, totalmente decepcionado, mientras que nadando se marchaba ansioso a buscar en otra parte.
Cuento citado por Anthony de Mello en El canto del pájaro
Hacer cada cosa como si fuera única, porque es única; en esa concentración y simplicidad reside toda la sabiduría.
El estar enteros, con todos los sentidos en el momento presente; es un común denominador propuesto por diferentes tradiciones psicológicas y espirituales como camino de clarificación y expansión de la consciencia. Por ejemplo, podría sintetizarse la enseñanza del Budismo Zen con la frase:
“Cuando como, como; cuando bebo, bebo y cuando duermo, duermo”.
Si practicáramos esta actitud en todo cuanto hacemos (escribir, leer, caminar, hablar, escuchar, correr, bañarnos, lavar los platos...) todo sería una experiencia meditativa; entonces aún lo cotidiano nos regalaría el secreto de su Gracia. Por esto se cuenta que cuando un maestro Zen alcanzó la iluminación, escribió el siguiente poema para celebrarlo:
“¡Oh, prodigio maravilloso:
Puedo cortar madera
y sacar agua del pozo”
Puedo cortar madera
y sacar agua del pozo”
Que nuestra mente esté cien por cien presente en la acción que realiza el cuerpo, no resulta sencillo cuando pretendemos hacer todo a máxima velocidad y cuando nuestra cabeza, queriendo asegurar lo que viene, esta siempre mucho más adelante que nuestros pies.
Queremos hacer todo “pisando a fondo el acelerador” porque habitamos una cultura que cultiva la ilusión de que “el tiempo es oro” y que cuanto más veloces seamos… más “oro” tendremos.
Los riesgos del vivir siempre a máxima velocidad y las virtudes del estar al ritmo óptimo para cada actividad y momento, deja de ser solo cosa de “ascetas” o de alguna moda “new age”. En los últimos años surgió el Movimiento Slow.
Su filosofía práctica, basada en el respeto por nuestros propios ritmos y tiempos, tiene aplicación cada vez en más países y en ámbitos tales como turismo, comida, salud, inversiones, trabajo, urbanización, crianza de los niños, arte y lectura.
A continuación, transcribo una selección de párrafos que extraje de reportajes realizados a uno de los referentes y cronistas más destacados del Movimiento Slow y autor del best seller Elogio de la lentitud: Carl Honoré
Juan Antonio Currado
"Estamos pasando de un mundo donde el grande se comía al chico a otro donde el rápido se come al lento, dijo Klaus Schwab, presidente y fundador del Foro Económico Mundial.
Nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo. Al principio era sólo en el terreno laboral pero ahora ha contaminado todas las esferas de nuestras vidas, como si fuera un virus: nuestra forma de comer, de educar a los hijos, las relaciones, el sexo. Hasta aceleramos el ocio, que se vuelve una obligación, y caemos en la trampa de hacer demasiado.
Vivimos en un estado constante de hiperestimulación e hiperactividad que nos resta capacidad de gozo, de disfrutar de la vida, de acceder al placer que uno puede hallar en su trabajo, en las relaciones humanas o en la comida.
La rabia flota en la atmósfera: rabia por la congestión de los aeropuertos, por las esperas, por las aglomeraciones en los centros de compras, por las relaciones personales, por la situación en el puesto de trabajo, por los tropiezos en las vacaciones. Todo objeto inanimado o ser viviente que se interpone en nuestro camino, que nos impide hacer exactamente lo que queremos hacer cuando lo queremos hacer, se convierte en nuestro enemigo. Hemos perdido la capacidad de esperar.
En vez de pensar en profundidad, gravitamos de manera instintiva hacia el sonido más cercano. Las mentes mediáticas a las que hoy escuchamos realizan análisis inmediatos de los acontecimientos en el mismo momento en que se producen, y con frecuencia se equivocan, pero eso apenas importa: en el país de la velocidad, el hombre que tiene la respuesta inmediata es el rey.
La cultura de la gratificación instantánea es muy peligrosa.
Tratamos de amontonar tanto consumo y tantas experiencias como nos sea posible. No sólo deseamos una buena profesión, sino también seguir cursos de arte, ejercitarnos en el gimnasio, leer todos los libros de las listas de los más vendidos, salir a cenar con los amigos, ir al cine, comprar los adminículos de moda, tener una satisfactoria vida sexual.
Nos enorgullecemos de llenar nuestras agendas hasta límites explosivos. Cuando tenemos tiempo libre, corremos para llenarlo de ruido y distracción.
Lento es sinónimo de torpe, lerdo, perezoso. Pero creo que hay mucha gente en un brete, porque por un lado le parece obvio que debe cambiar su ritmo y, por el otro, la sociedad le manda un bombardeo de mensajes que aseveran que la velocidad es Dios.
Nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo, pero la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida.
Las tradiciones filosóficas para las que el tiempo es cíclico (como la china, la hindú o la budista) el tiempo nos rodea, renovándose, como el aire que respiramos. Pero en la tradición occidental el tiempo es lineal, un recurso finito. Los monjes benedictinos, que se regían por un horario muy apretado, creían que el diablo buscaba trabajo en las manos ociosas.
Los expertos coinciden en que el exceso de trabajo acaba por ser contraproducente. Según la Organización Internacional del Trabajo, los británicos pasan más tiempo en el trabajo que la mayoría de los europeos y, sin embargo, tienen una de las tasas de productividad por hora más bajas del continente. A menudo, trabajar menos significa trabajar mejor.
La mejor forma de aprovechar el tiempo no es hacer la máxima cantidad de cosas en el mínimo tiempo, sino buscar el ritmo adecuado a cada cosa.
Lo que denuncio no es la rapidez en si misma, sino que vivimos siempre en el carril rápido y hemos creado una cultura de la prisa donde buscamos hacer cada vez más cosas con cada vez menos tiempo.
Reemplazar el culto a la velocidad por el culto a la lentitud sería un error. La velocidad en si misma no es mala. Lo que es terrible es poner la velocidad, la prisa en un pedestal.
Propongo dedicar a las cosas el tiempo que merecen. Aceptar que uno vive mejor cuando hace menos. La idea es sencilla: buscar el ritmo adecuado para cada cosa.
Hay que plantearse muy seriamente a qué dedicamos el tiempo. Mirar la agenda y colocar todo lo que hacemos durante la semana en orden de prioridad y empezar a cortar desde abajo, lo que no resulta nada difícil, porque llenamos nuestro tiempo de cosas que no son esenciales, lo hacemos por reflejo, porque eso es lo que se hace.
La lentitud nos devuelve una tranquilidad y un ritmo pausado que nos permite ser más creativos en el trabajo, tener más salud y poder conectarnos con el placer y con los otros.
Hasta ahora sentíamos en las entrañas que algo iba mal, pero seguíamos acelerando por miedo o inercia. Aunque cada vez hay más gente que reaprende a cambiar de marchas. Y, cuando lo hace, ve que la vida no desaparece, sino que se relaciona, come, trabaja y practica sexo mejor.
La revolución del concepto del tiempo es una nueva revolución cultural. Hay que reintroducir la idea del juego tanto en el trabajo como en el ocio; reaprender el arte de gozar si queremos ser felices; saborear la vida, no sobrevivirla".
Carl Honoré
Fuente
http://pipodols.blogalia.com/historias/26156
http://www.xtec.es/~fserra22/docs/arts/honore-lentitud.pdf
http://pipodols.blogalia.com/historias/26156
http://www.xtec.es/~fserra22/docs/arts/honore-lentitud.pdf
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